En el año 1939 fue extraída esta estela decorada del muro de una huerta, propiedad entonces de don Juan Delgado de Torres y cercana a la fuente del pueblo; ésta, inmediatamente se depositó en el Ayuntamiento.
Años más tarde, tenemos documentación informándonos que dicho Ayuntamiento se la regaló a don Eduardo Ezquer Gabaldón, quién la conservaba en la finca de su propiedad llamada “El Ermitón”. En la actualidad se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid, constituyendo uno de los ejemplares más bellos entre todas sus análogas.
Es una estela de piedra arcillosa gris oscura de forma alargada en forma de cono piramidal. Está algo rota en su base y su parte superior. Sus medidas son de 1,42 metros de altura por 0,35 de anchura en su base y 0,32 de grueso máximo.
La decoración que aparece grabada en ella corresponde a la figura de un guerrero con casco de cuernos, sus armas, lanza, puñal o daga, escudo y otros elementos como un espejo, y algún elemento representado mediante pequeñas cazoletas.
En general todos los elementos decorativos, están representados mediante simples líneas, características formales de estas manifestaciones. Los antropomorfos representados en las estelas aludirían a reyezuelos o jefes y jefas tribales, rodeados de objetos o animales que plasman su poder y estatus social. Son estos de varios tipos: armas, escudos y carros, clasificados como elementos militares; zoomorfos como canes y caballos en carruajes (de transporte, de guerra o funerarios); y por otro, utensilios de lujo como joyas, espejos o instrumentos musicales -liras-, asociados estos con las relaciones comerciales con los fenicios. Llegándose a teorizar que incluso los carros fuesen regalos fenicios a los cabecillas de estas comunidades.
El material de la pieza es un conglomerado de arcilla, pizarra y granito. Fue labrada en forma de betilo y preparada su superficie para los grabados. La decoración de la estela de Magacela destaca por su singularidad representativa y estilística. Mediante un grabado cuidadoso se ha ejecutado esquemáticamente en la parte superior la figura de un guerrero acompañado a su derecha de los típicos objetos plasmados en otras tantas: un espejo y una lanza.
También hay que prestar atención a un elemento grabado al lado de estos últimos y que hace singular a esta estela, pues no es frecuente en las losas decoradas del suroeste peninsular. Se trata de una serie de cinco cazoletas en línea situadas también a la derecha del guerrero, entre su pierna y la lanza, que pueden ser la representación de las perlas de un collar o el cinturón o tahalí de la espada. La figura del guerrero está representada mediante simples líneas, característica formal de este arte. Los brazos y piernas son gruesas líneas rematadas con trazos más finos que señalan los dedos de las extremidades; la cabeza, similar a una cazoleta o disco, se limita al acabado circular de la línea que marca el tronco del cuerpo.
Emergen de esta unos largos cuernos liriformes de toro que hemos de interpretar como parte de un casco, posiblemente de origen mediterráneo. Es este último elemento similar a los de algunas estelas, que por citar varias, mencionaremos las de San Marthinho I (Portugal); las andaluzas de Almadén de la Plata II, Cerro Muriano I y II, Écija II y V, El Coronil y El Viso I y VI, Montemayor; y cómo no, las extremeñas y más cercanas de Fuente de Cantos13, Cabeza del Buey IV, Orellana la Vieja, Jerez de los Caballeros, Castuera y Esparragosa de Lares II. Con algunas de estas cornamentas de las estelas citadas se ven evidentes diferencias estilísticas, tal vez por ser más esquemáticos que las del tocado de Magacela; pero con varias se ve una correspondencia figurativa similar incuestionable.
Lleva este guerrero en la cintura un puñal o espada corta cruzada; la empuñadura es maciza con contera de apéndices curvos, sin llegar a ser antenas, sus gavilanes son de igual modo curvos. Símiles de estas empuñaduras macizas los encontramos en los puñales de Mallorca y las espadas inglesas y centroeuropeas.
La lanza, como hemos dicho, situada a la derecha del guerrero, mide unos 54 cm de longitud. Está con la punta hacia abajo, siendo esta de forma foliácea. El regatón se ha señalado terminado en bola, como los de las lanzas del Bronce Final; muchos de ellos hallados en la ría Huelva. Es este detalle un aspecto importante en cuanto a su datación cronológica, ya que solo en esta estela de Magacela lo vemos representado con notable realismo.
El espejo, en la parte más a la izquierda de la estela, según nuestro punto de vista es ovalado, siendo la mayoría de estos elementos representados en otras estelas tendentes a la forma circular, exceptuando los espejos de la estela de Brozas y Valencia de Alcántara I. La empuñadura está muy marcada, presentando los tres clavos que la sujetan, cosa infrecuente, pues en la mayoría de los casos se ve representado solo el nervio o espina de metal que iría incrustado en la madera o hueso.
A los pies de la figura humana, justamente debajo, se ha representado el escudo de 23 cm de diámetro. Se conforma a base de cuatro círculos concéntricos; el más exterior sin decoración alguna, y segundo más grande, son circulares totalmente. Los dos internos presentan escotadura en «V». El círculo más amplio y exterior ostenta dos rayas en la parte inferior que muestra la actitud correctora en el trazado por parte del ejecutor del grabado. La abrazadera del escudo se ha marcado en el círculo central en forma de una gruesa I horizontal, siguiendo la dirección de las dos escotaduras en «V».
Parece ser que fueron concebidas para estar clavadas y visibles desde corta distancia, circunscrita a un reducido espacio visual debido a su tamaño. Se enmarcan cronológicamente entre los siglos X o principios del IX a. C. y mediados del VII a. C., si bien algunos investigadores creen que perduran hasta el siglo V a. C., en definitiva, abarcando un periodo que va desde el Bronce Final a inicios de la Edad del Hierro.
La funcionalidad de estos elementos tampoco está demasiado clara dentro del mundo de la investigación prehistórica, existiendo teorías complementarias entre ellas. Tradicionalmente se les venía otorgando el apelativo de estelas decoradas «funerarias», sin ningún apoyo que certificara que fueran indicadoras de tumbas. A la hora de buscarlas un significado, Eduardo Galán, tras sintetizar diversas corrientes de otros autores, se inclina por las siguientes hipótesis: una en la que aclara «que a pesar de no ser tumbas, su significado sea primordialmente funerario y deban considerarse como cenotafios o monumentos memoriales ...emplazados en el lugar de una batalla o conmemorando un acto de heroísmo, ...»; y otra, que no excluye a la anterior, en la que las estelas «...hayan funcionado como marcadores territoriales o de recursos específicos en un paisaje caracterizado por las facilidades que ofrece para el movimiento y tradicionalmente vinculado a flujos ganaderos y comerciales...». Ya entrado en los primeros años el siglo XXI, Harrison, García Sanjuán y Wheatley, las enfocan desde una perspectiva de monumentos pluri-vocales. Harrison ve en ellas el reflejo de una etnia de ideología guerrera que se extendía globalmente en comunidades de toda Europa, remarcando la reutilización de algunos ejemplares. García Sanjuán y Wheatley son los primeros que ponen en valor el lugar y entorno de los hallazgos investigando los sitios y cercanías.
Este texto ha sido resumido y extraído de la obra: GUTIÉRREZ AYUSO, Alonso: El Patrimonio de Magacela de la Orden de Alcántara. Badajoz, 2022.