El castillo de Magacela fue conquistado por los visigodos, cerca de la calzada romana que pasaba desde Mérida a Medellín, Zalamea y Córdoba. Su último morador visigodo fue una mujer, doña Egilona, esposa del último rey godo, don Rodrigo.
En esa época, año de 713, el empuje de las tropas árabes que invadían la península, capitaneadas por Muza, tras un año de resistencia capituló Mérida, capital de la Lusitania, floreciente entonces como en sus mejores tiempos romanos. A la vez que Mérida fue fuertemente acosada la fortaleza de Magacela, resistiendo valientemente Egilona.
Muza fue llamado a la corte de Walid I, encomendado la conquista del castillo a su hijo Abd-al-Aziz, el cual en el 714 ataca Magacela consiguiendo que cayera por el empleo de una estratagema.
Según la tradición, por la parte sur del castillo, lanzó siendo de noche un rebaño de cabras con luces en la cabeza pareciéndoles a los sitiados que un ejército enorme les iba a invadir por ese sitio, por lo que la mayoría acudieron a la parte sur aprestándose a su defensa, mientras dejaban desguarnecida la entrada principal del recinto, oportunidad que aprovecharon las tropas de Abdelaciz para poner escalas y cuerdas logrando saltar el muro y coger por la espalda a los sitiados.
Abdelaziz entró inmediatamente en el castillo saliéndosele al paso doña Egilona, la cual entregó la fortaleza al jefe árabe al mismo tiempo que las tropas sarracenas infringieron duro castigo a los castellanos.
Solamente se llevaron algunos rehenes de la reina visigoda, incluida la propia reina, la cual acompañó de buen grado al caudillo Abdelaziz, tan de buen grado que al poco tiempo contrajeron nupcias, volviendo a la fortaleza que reformaron al gusto árabe, formando una corte deslumbrante de lujo, en la cual brillaban con brillo distinguido las hijas de los magnates godos.
Del Dr. Félix Arranz Castella (Diario Hoy de 8/09/1976)
Magacela es hoy un pequeño pueblo que aún conserva parte de su orgullo antiguo, gracias al recuerdo de su desafiante castillo, que dominaba los horizontes casi infinitos de su fronteras.
Pero no muchas personas conocen el significado del nombre de Magacela. Nombre que podríamos decir con verdad “alto, sonoro y significativo”.
Cuando caducaba el primer tercio del siglo XIII, Arias Pérez, tercer maestre de la Orden de Alcántara, se propuso humillar, o quizá vengar, de la morisca las atrevidas incursiones, que en sus momentos de grandeza había realizado Amed-Ben-Alí, humillando una y mil veces a los cristianos.
Los alcantarinos lograron reconquistar fortalezas y castillos tan estratégicos como Zalamea, Medellín y Benquerencia. Significaba estos herir profundamente el orgullo musulmán y no era fácil su aceptación.
Amed-Ben-Alí intentó quebrar los éxitos cristianos y convirtió su castillo en un baluarte inexpugnable donde se aunaban por igual las defensas naturales con las artificiales. No existía un palmo de terreno que no estuviera cuidadosamente defendido, dispuesto para lo se creía un ataque imposible, o cuando menos suicida.
La noticia de la toma del castillo de Benquerencia por los cristianos no alteró el rostro enjuto y soleado del Alcaide moro, ¡Tan seguro de sí mismo!
Cuando supo los detalles de la derrota no pudo esperar más. Su nerviosismo y su rabia le aconsejaron anticiparse a la llegada del maestre Arias Pérez. Dejó a su hija la defensa del castillo y él, en persona, con lo mejor de su ejército salió en busca de los triunfadores.
La calcinada y rojiza llanura de Quintana de la Serena, fue el lugar de encuentro entre moros y cristianos. La lucha no pudo ser más feroz. Las tropas de los dos bandos estaban mentalizadas física y espiritualmente para la victoria o para la muerte. Y el resultado: muerte para los hijos de Mahoma que dejaron la llanura sembrada de cadáveres, abrazados muchas veces a los de los cristianos.
Cuando caía la tarde fulgurante y plomiza del otoño, sobre las tierras polvorientas apenas se podía mirar otra cosa que charcos de sangre y cuerpos sin vida. Apenas se escuchaba otra cosa que los gritos de los heridos y el silencio de los muertos. Y entre estos últimos, con sus selectos guardianes, yacía el caudillo moro Amed-Ben-Alí. Cuando los vencidos presentaron los fríos despojos del padre a Leila, su hija, juró ésta también vencer o morir.
Leila era, además de una heredera moruna, una belleza singular. Su nombre no era Leila, sino “Leila la Bella”. La fama de su hermosura era tan singular que cuando se pronunciaba el nombre, se añadía sin más su proverbial apellido: “La Bella”.
Aquella mujer de tez bronceada, de ojos oscuros, esbelta de cuerpo y de talle escultural, no fió jamás a sus cualidades femeninas la razón de su caudillaje. Era, además, valiente, atrevida hasta el heroísmo. Cuando se presentaba vestida para el combate, los soldados creían ver en ella la prolongación resucitada de las cualidades de su padre.
Eran los días finales del año 1233.
Los cristianos no querían pasar los días señalados por la tranquilidad y la paz de Cristo en aquella lucha tan feroz y tan prolongada.
Arias Pérez, el maestre de Alcántara, se dirige a Magacela. Ya había liquidado la resistencia de Trujillo. Trujillo era entonces la fortaleza y plaza señorial que sólo admitía parangón con la de Cáceres.
Arias Pérez conocía las dificultades del soberbio reducto de Magacela. La fuerza aglutinante que significaba Leila, entre la morisma.
Cuando la atacó, uno tras otro, se sucedieron sin interrupción los intentos de asalto, sin que los alcantarinos lograran sus objetivos.
Las noches eran las que únicamente obligaban a todos a buscar el silencio y la tregua pasajera. Pasajera porque los sitiados y sitiadores redoblaban cada noche sus planes para el siguiente amanecer. Un día u otro llegaría el desenlace final.
El maestre, hábil estratega, estudia un proyecto: dividir sus tropas en tres grupos. Dos de ellos formados por jinetes llevarían en la mano “un grueso entretejido de paja embreada que habrían de encender a una vez y cuyo fuego aumentaría con la violencia del galope desenfrenado de los caballos. El tercero, a cuyo frente iría él, ascendería hacia la puerta del castillo con ánimo de penetrar por ella. Entonces los sitiados acudirían a los muros que miran hacia Medellín, seguros de que por aquél lugar habrían de ser el asalto.
Una de aquellas noches, cuando apenas habían pasados las primeras horas del atardecer, los defensores contemplaron de improviso un espectáculo que les pareció dantesco. Miles de fuegos avanzaban en la noche, acercándose veloces a las murallas. Sin que pudieran imaginar que esa era su gran equivocación se precipitan todos sobre las almenas y gritan: ¡los cristianos, los cristianos!, mientras se aprestan para la defensa.
Leila, que disfrutaba de una abundante y bien servida cena, para celebrar no sé qué acontecimiento, sube a la torre principal y volviéndose a los suyos grita iracunda: “Amarga cena, amarga cena para mí. ¡Resistid mis leones!”
Demasiado tarde.
La puerta de la fortaleza había caído hecha pedazos y los infantes del tercer cuerpo del ejército eran dueños de gran parte del castillo, cuyos hombre, con su capitán al frente, llenaban el patio principal y las mismas murallas conquistadas por la espalda de los defensores.
Ensombrecida en lo alto de la escalera, pero radiante de dignidad y de vigor, mirando a Arias Pérez, el maestre de Alcántara, que intentaba subir hacia ella, Leila, la Bella Leila, antes de caer en brazos de los cristianos levanta briosamente su yagatán, el retorcido puñal moruno, y clavándolo en su corazón, rueda escaleras abajo hasta reposar sangrante a los pies del conquistador, que sólo puede arrodillarse y besar su sangre de virgen y de heroína.
“Al levantarse el caserío que hoy vive al abrigo del viejo genízaro de piedra, púsosele, en recuerdo de la frase de Leila “La Bella” el nombre de AMARGA CENA; mas como el tiempo todo lo cambia a su capricho deshizo el primero, lo convirtió en MALGACENA y, en la actualidad, es MAGACELA –linda corrupción-, la villa sosegada de los PRIORES que fueron".
Del libro Leyendas extremeñas, de José Sandín Blázquez
Corrían los años 1233-34, en los que don Arias Pérez, quinto maestre de Alcántara, recorría con sus caballeros las región extremeña para arrojar de sus castillos a los moros, que, parapetados en aquellas altísimas e inexpugnables fortalezas, se habían hechos dueños de Extremadura. La cruz de Alcántara era el terror de los infieles. Don Arias y sus huestes habían conquistado ya los castillos de Trujillo, Zalamea y Medellín, y era preciso apoderarse a todo trance de la fortaleza de Magacela, cuya posición estratégica podía garantizar la paz y la seguridad de los extremeños.
Dióse principio al asedio, pero ¿quién sería capaz de escalar aquel castillo, verdadero nido de águilas, tenazmente defendido por los moros? Todos los planes de la táctica militar se estrellaban ante aquella imponente fortaleza que se erguía amenazante en lo más alto del cerro. La reina mora que habitaba el castillo, dirige en persona las fortificaciones y preparativos de defensa; desde la llanura contemplan los cristianos una misteriosa silueta de mujer que recorre sin descanso los puntos débiles del castillo: es la reina que todo lo inspecciona y excita a sus guerreros a una resistencia heroica.
Ya de noche, los guerreros harto fatigados por los trabajos del día, precisan reparar sus fuerzas y descansar. Quedan los centinelas en sus puestos, y la reina y los suyos se sientan a la mesa, en la confianza de que lo inexpugnable del castillo y las nuevas fortificaciones harán imposible todo asalto.
Entre tanto los cristianos apelan a un medio sencillo a la par que ingenioso, que dará al traste con todas las precauciones de los sitiados y pondrá en sus manos la fortaleza: de las majadas más próximas reúnen hasta un centenar de cabras, y después de atarle a los cuernos sendos haces de paja embreada, las encienden y azuzan a los animales para que suban la pendiente; en loca carrera llegan las cabras hasta los muros del castillo cuando la reina se encuentra cenando con los suyos.
Aquellos resplandores siniestros llenan a los sitiados del más terrible pánico, y entre ellos no se oye otra voz que “¡los cristianos!”, “¡los cristianos!”. La reina, loca de espanto ante lo inesperado del ataque, prorrumpe en sollozos, exclamando: “¡Amarga cena para mí!, ¡Amarga cena para mí!”; y en su ansia por salvarse, ordena a sus servidores que arrojen por uno de los ventanales del castillo todos los colchones, almohadas y cojines que hay en él, con tan mala fortuna, que al llegar a la ladera se convirtieron en piedras, entre las que, al caer, quedó destrozada la infeliz princesa. Sembrado ya el desconcierto y el espanto entre los moros, los cristianos se apoderaron del castillo sin dificultad.
De Fr. Carlos G. Villacampa
Era por entonces Alcaide del castillo de Magacela don Francisco de Soto, sobrino de don Gómez de Cáceres a quien don Alonso de Monroy había ofendido al desposeerle del Maestrazgo de Alcántara.
Francisco de Soto obliga a su sobrino Francisco de Solís a urdir un plan para que Alonso de Monroy se traslade al castillo de Magacela y sea apresado. El de Solís le envía un mensajero para que comunique a don Alonso el ofrecimiento del castillo de Magacela y el compromiso de casarse con su hija doña Elvira.
En el patio de armas del castillo hay mucho bullicio, pues juglares y danzantes ensayan sus artes para la fiesta que allí se ha de celebrar en honor a don Alonso de Monroy. Este parte del castillo de Zalamea seguido de una tropa de caballeros que se dirigen a Magacela en donde le esperan el de Soto y el de Solís para llevar a cabo la venganza.
En el camino le sale un enviado de su amigo el Conde de Feria, que le dice que no entre en el castillo de Magacela, porque él sabe que va a ser preso, a lo que le contesta el de Monroy, que se lo agradece, pero que son infundadas sus sospechas. Llegado al castillo le dan la bienvenida abrazándole el de Solís afectuosamente, y le hacen pasar diciéndole que tienen preparado grandes fiestas en su honor.
Llegada la hora de la cena, los comensales, entre los que estaban los más insignes caballeros de la Orden de Alcántara, se trasladaron a la habitación más amplia del castillo, rogándole que ocupara el lugar principal de la mesa. El Maestresala le acerca una gran bandeja cubierta por otra, ofreciéndosela a don Alonso que al destaparla vio que contenía una gruesa esposa de hierro.
El de Monroy se levantó enardecido y se precipitó con la espada empuñada, pero entre los demás comensales y soldados le sujetaron fuertemente y sin explicaciones le encerraron en una celda que miraba al poniente.
Cierto día cayó en su poder una cuerda de ballesta y la guardó cuidadosamente y una noche oscurísima se deslizó por ella, pero el peso de las cadenas hizo que cayera sobre el pedregoso suelo desde regular altura, y quedó patiquebrado. Se escondió entre la maleza, pero a los dos días de le descubrieron y don Alonso después de una durísima temporada en su encierro tuvo que esperar.
Atacando un día el castillo de Ugüela, en tierras portuguesas, don Francisco de Solís cayó y quedó apresada su pierna bajo el caballo. Pidió ayuda desesperadamente, y el criado antiguo de don Alonso de Monroy que estaba entonces al servicio del de Solís, se acercó al caído, desenvainó la espada y descargó tan fuerte golpe con ella sobre la cabeza de su nuevo amo, que la separó del tronco, exclamando: “Así pagarás la traición que hiciste a mi amo”.
Al saberse la nueva en Magacela, don Alonso de Monroy ofreció al de Soto el castillo de Mayorga y su encomienda a cambio de su libertad, marchando a su querido castillo de Azagala.
Texto basado en la crónica de Alonso de Maldonado, criado de Monroy
El Prior de Magacela don Diego Bezerra de Valcárcel escribió un libro sobre la vida de San Aquila y Santa Priscila, su esposa, que, según él, sufrieron martirio en Magacela. El autor se negaba a publicarlo pero su hermano, don Antonio Bezerra, regidor perpetuo de Villanueva de la Serena, le hurtó el original y lo envió a la imprenta sin que el Prior lo supiera, publicándose en Sevilla en el año 1.684.
En el libro aparece una leyenda, que aún perdura, que dice que una luces salen de la laguna llamada hoy de "Los santos":
“En una laguna que està en la falda de la Sierra de Magazela se ve una luz muy resplandeciente, que es del tamaño de la que dà una hacha de quatro pavilos, y suele hazer unos circulos en aquel lago, y se consume, ò desaparece en un sitio contiguo, que llaman del Texar, y otras vezes sale de la laguna, y pasa el camino á baxo de la Hermita de nuestra Señora de los Remedios, hasta una piedra larga, y angosta, que està con èl con unos caracteres antiguos, y buelve al texar, donde se consume.”
Esa era la señal, según el Prior, de que en aquellos parajes se encontraban las reliquias de los santos. Recurriendo continuamente a la fe, intenta demostrar que en el año 95 los referidos santos sufrieron martirio en Magacela, entonces pueblo pagano. Incluso hace diligencias para descrubrir los cuerpos de los mártires ordenando levantar una losa “que tiene tres varas de largo, y media de ancho; y unos caracteres, que segun la resolucion de persona perita, Cathedratico de lenguas de la Universidad de Salamanca, à quien le consultò, son cifra, como otros que suelen verse en semejantes piedras, y descubrieron un genero de encalado, y debaxo una piedras de grano, en forma de un aqueducto trabadas unas con otras; cabaron los obreros, y no se descubriò cosa alguna. No ayudò el tiempo à profundizar mucho, porque aviendo precedido tres dias muy serenos, y apacibles y descubierto el Sol, quales no se avian visto en mas de cincuenta dias, que todos fueron de aguas, aquel dia despidieron las nubes tanta agua (que fue el dia 18.) y se ha continuado despues en abundancia tal, que no se pudo trabajar mas, por averse llenado de agua el sitio que se abriò, donde estava la losa”. Estas fuertes lluvias son una señal para que esto no se haga.
Tras ello, el Prior nombró patronos menores de su priorato a San Aquila y Santa Priscila, en detrimento de San Benito, que era el patrono mayor, y ordenó levantar una ermita en lugar próximo a la laguna, que aún hoy existe en estado ruinoso, para que se celebren cultos en honor de los santos, declarando como fiesta el ocho de julio:
“Y aunque expresamente no consta de su canonizacion, se deben tener, y venerar por canonizados; la razon es, porque estan en el Catalogo de los Santos en el Martirologio Romano à ocho de Julio, como yà emos dicho. El qual està aprobado por la Santidad de Gregorio XIII ...
... aviendo tomado consejo de el Clero (que es lo que basta) mandè que el dia 8. de Julio, que es el proprio suyo, donde los refiere el Martirologio, se guarde como fiesta de precepto en todos los lugares del Priorato de Magacela, segun la facultad, que no dà el derecho Canonico à los Prelados de instituir dias festivos...”.
En la actualidad la fiesta más importante de Magacela es la de Los Santitos, que se celebra el día 8 de julio.